Freud y sus perros

Freud y sus perros

El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud (1856-1939), tuvo siempre una gran devoción por las mascotas en general y los perros en particular. A lo largo de sus obras y sus cartas siempre ha mencionado el amor que le tenía a sus perros. Durante gran parte de su obra habla del vínculo que es posible generar con los perros y cómo este es fundamental para la psiquis humana y el balance emocional.

Freud tuvo varios perros de la raza ChowChow, que lo acompañaban incluso en las sesiones de terapia. Uno de sus perros preferidos fue una cachorra llamada Jofie. Ella lo acompañaba en las sesiones y participaba activamente de ellas, tanto tranquilizando a pacientes como en su evaluación sobre los mismos.

Cuando Jofie se sentaba junto al paciente, significaba que estos estaban relajados; si se mantenía distante, era porque el paciente estaba estresado. Muchas veces se ponía de pie antes de que Freud hubiera acabado la sesión terapéutica, adelantándose a su finalización, cosa que sorprendía siempre al médico. Además, siempre echaba una mano a Sigmund con la terapia. Si, por ejemplo, después de olisquear a un paciente se apartaba de él y se escondía gruñendo debajo del escritorio, Freud daba por hecha la primera parte del diagnóstico. «La gente que le cae mal a Jofie, es porque no es trigo limpio,» decía siempre el profesor.

Sigmund decía que los perros tienen una innata capacidad para discernir a aquellos que brindaban amor y los que “donaban” odio, cosa que para los humanos era algo imposible, ya que eran propensos a confundir ambos sentimientos. En una carta que le escribe a su ex paciente Marie Bonaparte, la cual tenía un perro Topsy sobre el cual había escrito un libro que fue traducido al alemán por Sigmund y su hija Anna, Freud le decía lo siguiente:

“…y consigues explicar los motivos de que se pueda querer a un animal como Topsy con tanta intensidad; se trata de un afecto sin ambivalencia, de la simplicidad de una vida liberada de los casi insoportables conflictos de la cultura, de la belleza de una existencia completa en sí misma. Y sin embargo, a pesar de todas las divergencias en cuanto a desarrollo orgánico, el sentimiento de una afinidad íntima, de una solidaridad indiscutible. A menudo, cuando acaricio a Jofie, me he sorprendido tarareando una melodía que, pese a mi mal oído, reconocí como el aria de Don Juan.”

En 1926 le confesó al periodista George S. Viereck que padecía un cáncer en la mandíbula y de paso le dijo:

 “Prefiero la compañía de los animales a la compañía humana. Son más simples. No sufren de una persona dividida. El animal es cruel, salvaje, pero jamás tiene la maldad del hombre civilizado. Ésta es la venganza contra las restricciones que esa sociedad les impone… Mucho más agradables son las emociones simples y directas de un perro al mover su cola, o al ladrar expresando displacer. Las emociones del perro nos recuerdan a los héroes de la antigüedad. Tal vez sea esa la razón por la que inconscientemente damos a nuestros perros nombres de héroes como Aquiles o Héctor.”

Jofie murió 1937 y Freud y su familia tuvieron un duro duelo, ya que fueron siete intensos años de estrecha relación. Inmediatamente le obsequiaron otro Chow Chow dorado, a la que llamaron Lun II en honor a una primera cachorra que falleció en un accidente. Lun II acompaño a Freud en su exilio en Inglaterra, cuando debió dejar su amada Austria por los nazis.

Freud amaba a sus perros y los consideraba parte de su familia. Y para cerrar les dejamos una famosa cita de él «Los perros aman a sus amigos y muerden a sus enemigos; muy diferente a las personas, que son incapaces de amor puro y siempre mezclan el amor y el odio.«.

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